De Belfast a Narnia pasando por Salt Lake City – Una lectura mormona de C.S. Lewis – Segunda Parte

Arte y Religión

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De Belfast a Narnia pasando por Salt Lake City

(Una lectura mormona de C.S. Lewis)

Segunda Parte

Por Mario R. Montani

La Oración

“La oración no cambia a Dios; me cambia a mi” – C.S. Lewis

C.S. Lewis

Las reflexiones de Lewis sobre la posibilidad de comunicarnos con Dios se encuentran dispersas en toda su obra. Por ejemplo, en esta conversación entre Polly, Digory y el caballo alado que los lleva a cumplir una misión asignada por Aslan, en el Capítulo 12 de El Sobrino del Mago:


A continuación alzó la cabeza, masticando aún y con briznas de hierba sobresaliendo a cada lado de la boca como si fueran bigotes, y añadió:

— Vamos, vosotros dos. No seáis tímidos. Hay cantidad suficiente para todos nosotros.
— Pero no podemos comer hierba —se quejó Digory.

— Hum, hum —respondió el caballo, que hablaba con la boca llena—. Bueno… hum… pues no sé qué haréis entonces. Además, es una hierba muy buena.

Polly y Digory intercambiaron miradas de desaliento.

— Vaya, alguien podría haber pensado en la comida —declaró el niño.

— Estoy segura de que Aslan os habría preparado algo si se lo hubierais pedido — dijo el caballo.

— ¿No se le podía ocurrir a él solo? —inquirió Polly.

— Yo no digo que no se le ocurriera —repuso el caballo, con la boca todavía llena — Pero tengo la impresión de que le gusta que le pidan las cosas.

El mismo concepto que expresa a su hermano en una carta:

“Supongo que la solución yace en señalar que la eficacia de la oración es, en cualquier caso, un problema no mayor que la eficacia de todos las acciones humanas. Por ejemplo, si dices ‘es inútil orar porque la Providencia ya sabe lo que es mejor y ciertamente lo hará’ ¿entonces, porque no es igualmente inútil (y por la misma razón) tratar de alterar el curso de los eventos de cualquier manera – al pedir la sal o reservar tu asiento en el tren?” (Collected Letters, 21 de Febrero 1932)

Las siguientes consideraciones, todas dignas de ser evaluadas, son de su texto El Perdón y otros ensayos cristianos:

“La uniformidad invariable de nuestras experiencias demuestra la existencia de ciertos fenómenos. Reconocemos la ley de gravitación porque observamos sus efectos en todos los cuerpos, sin excepción. Ahora bien, aún cuando sucedieran todas las cosas solicitadas por las personas al rezar, lo cual no ocurre, el hecho no confirmaría lo que llaman los cristianos la eficacia de la oración, porque una plegaria es una petición y como tal tiene un rasgo esencial: a diferencia de la coerción, puede ser atendida o rechazada. Si un Ser infinitamente sabio escucha las súplicas de criaturas finitas e insensatas, podrá acceder en algunos casos y negarse en otros”.

“A mi modo de ver, en estas condiciones sería imposible una oración verdadera. «Las palabras sin pensamientos no llegan al cielo», dice el Rey en Hamlet. Si sólo repetimos palabras, no estamos rezando. En estas condiciones, también podríamos utilizar un grupo de loros debidamente adiestrados para nuestro experimento. No podemos rezar por la salud de los enfermos si no nos interesa su restablecimiento. No tenemos motivos para desear solamente la mejoría de todos los pacientes de un hospital, excluyendo los enfermos de otros establecimientos. En este caso, no nos preocupa el sufrimiento de las personas, sino el resultado del experimento. Existe una contradicción entre la verdadera finalidad de nuestras oraciones y este objetivo específico. En otras palabras, no estamos rezando, independientemente de lo que hagamos con la lengua, los dientes y las rodillas”.

“La pregunta «¿Da resultado la oración?» nos sitúa en un punto de vista equivocado. «Da resultado»: estas palabras sugieren un elemento mágico o una máquina con un funcionamiento automático. La oración es una gran ilusión o un contacto personal entre seres embrionarios e incompletos (nosotros) y la Persona absolutamente concreta. La petición es una pequeña parte de la oración; la confesión y la penitencia constituyen su umbral, la adoración es su santuario, y la presencia, la visión y el goce de Dios son el pan y el vino de este acto en el cual Dios se muestra al hombre. Su respuesta a las plegarias es un corolario de esta revelación (no necesariamente el más importante)”.

Los miembros de la Iglesia celebramos las vidas de aquellos que han culminado su etapa mortal yendo al Templo y efectuando obras vicarias por ellos. Pero esa posibilidad no está tan latente en otros grupos cristianos, aunque algunos aceptan que la práctica existió en la época apostólica. Las oraciones por los difuntos son más una práctica católica que protestante, por eso es interesante la opinión de Lewis, quien se deja guiar por sus sentimientos al respecto.

“Por supuesto que oro por los muertos. La acción es tan espontanea, tan inevitable, que sólo el más tremendo caso teológico compulsivo me detendría. Y apenas comprendo cómo sobrevivirían el resto de mis oraciones si aquellas por los muertos se prohibieran. A nuestra edad, la mayoría de los que más hemos amado están muertos ¿Qué clase de relación con Dios podría tener si no pudiera mencionarle lo que más amo?… Desde el punto de vista Protestante, todos los muertos están condenados o salvos. Si están condenados, la oración por ellos es inútil. Si están salvos, es igualmente inútil. Dios ya ha hecho todo por ellos. ¿Qué más podemos pedir? ¿Pero no creemos que Dios ha hecho y sigue haciendo todo lo que puede por los vivos? ¿Qué más podemos pedir? Sin embargo, se nos dice que pidamos…”

En los últimos años de su vida el profesor Lewis escribió Cartas a Malcolm: principalmente sobre la oración (publicada póstumamente):

“El momento de la oración es para mi – o al menos incluye para mí como condición – la conciencia, la nuevamente avivada conciencia, de que este ‘mundo real’ y ‘el verdadero yo’ están muy lejos de ser verdaderas realidades de fondo”.

“Y, hablando de somnolencia, coincido contigo en que nadie en sus cabales, si tiene la capacidad de ordenar su día, reservaría la hora de irse a la cama para sus oraciones principales – obviamente la peor hora para cualquier acción que requiera concentración”.

En casi todo el contenido de su obra pueden hallarse referencias lúcidas sobre el tema:

“Nuestras oraciones matutinas deberían ser las de la Imitación de Cristo: Da hodie perfecte incipere – permíteme hoy tener un comienzo impecable, ya que no he hecho nada aún” (El Peso de la Gloria)

“Existe una paradoja acerca de la tribulación en el cristianismo. Bienaventurados los pobres, sin embargo mediante la justicia social y limosnas debemos quitar la pobreza siempre que sea posible. Bienaventurados los que son perseguidos, pero podemos evitar la persecución escapando a otra ciudad y orando para poder eludirla, como lo pidió nuestro Señor en Getsemaní. Pero, si el sufrimiento es bueno ¿no debería ser buscado en vez de evitado? Mi respuesta es que el sufrimiento no es bueno en sí mismo. Lo que es bueno de cualquier experiencia dolorosa es, para el que sufre, el someterse a la voluntad de Dios, y, para el que observa, la compasión que provoca y los actos de misericordia a los que conduce” (El Problema del Dolor)

“Tengo dos listas de nombres en mis oraciones, aquellos por cuya conversión pido, y aquellos que por haber sido convertidos, agradezco. La pequeña transferencia de la lista A a la lista B es un gran consuelo” (A Arthur Greeves, en Collected Letters, 6 de Julio 1949)

O la risueña sugerencia del diabólico Escrutopo en la Carta III de Screwtape Letters:

“Por supuesto, es imposible impedir que rece por su madre, pero disponemos de medios para hacer inocuas estas oraciones: asegúrate de que sean siempre muy «espirituales», de que siempre se preocupe por el estado de su alma y nunca por su reuma”.

Siempre me ha llamado la atención la apertura mental de Lewis con respecto a las oraciones dirigidas a dioses falsos o al menos conceptualmente equivocados:

“Pienso que toda oración que es hecha con sinceridad aún a un dios falso o a un Dios verdadero pero imperfectamente concebido, es aceptada por el Dios verdadero y que Cristo salva a muchos que no creen conocerlo… (Dios) envía misericordias no pactadas. Después de todo, los dioses no existentes, si se acude a ellos con bondad de corazón, han hecho probablemente mucho: el Dios verdadero, en Su infinita cortesía, redirecciona las cartas a El y son tratadas como el resto de la correspondencia” (Letters, 428 y 478)

Adán y Eva

Los miembros de la Iglesia poseen un respeto especial por la pareja de nuestros primeros padres, no siempre compartido por todos los cristianos. En gran parte porque la doctrina de la Restauración ha ampliado nuestra visión sobre ellos:

“Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo. Y el Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los hijos de los hombres de la caída. Y porque son redimidos de la caída, han llegado a quedar libres para siempre, discerniendo el bien del mal, para actuar por sí mismos” (2 Nefi 2:25-26)

Y Eva, su esposa, oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo: De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes”. (Moisés 5:11)

Lewis, sin este conocimiento adicional, siempre trata con respeto y admiración a quienes se hallan a la cabeza de las generaciones mortales. En Perelandra recreó la situación del Jardín de Edén, y, de hecho, todos los habitantes de nuestro mundo que visitan Narnia son reconocidos como hijos de Adán e hijas de Eva.

“ – Desciendes de lord Adán y lady Eva – respondió el león – Y eso es honor suficiente para que el mendigo más pobre mantenga la cabeza bien alta y vergüenza suficiente para inclinar los hombros del emperador más importante de la tierra. Date por satisfecho” (El Príncipe Caspian, pag. 206)

“Y hubo saludos, besos y apretones de manos, y se revivieron antiguas bromas (ni te imaginas lo bien que suena un chiste viejo cuando uno lo vuelve a contar tras un lapso de quinientos o seiscientos años) y todo el grupo avanzó hacia el centro del huerto, donde el fénix estaba posado en un árbol y los contemplaba a todos, y al pie del árbol había dos tronos y en aquellos tronos un rey y una reina tan magníficos y hermosos que todos se inclinaron ante ellos. Y ya podían hacerlo, pues aquellos dos eran el rey Frank y la reina Helen, de los que descienden los reyes más antiguos de Narnia y de Archenland. Y Tirian se sintió igual que uno se sentiría si lo conducían ante Adán y Eva en toda su gloria”. (La Batalla Final, Cap. 16 Adios al país de las sombras (Shadowland))

En algunas de sus especulaciones, Lewis se acerca muchísimo a nuestra creencia. Por ejemplo en Los Milagros, pags. 195-196:

“Si noventa y nueve razas de justos, habitantes de los distanes planetas que circulan en torno a distantes soles, no necesitan redención por ellos mismos, son sin embargo remodeladas y glorificadas por la gloria que ha descendido hasta nuestra raza… La humanidad redimida está llamada a ser algo más glorioso de lo que la humanidad no caída hubiera sido, más glorioso que cualquiera otra raza no caída. Cuanto mayor es el pecado, mayor es la misericordia, y cuanto más profunda la muerte, más brillante la resurrección. Y esta gloria sobreañadida, dentro de la verdadera vicariedad, exalta a todas las criaturas, y aquellos que nunca cayeron bendecirán la caída de Adán”.

Comparémoslo con las palabras de Joseph Fielding Smith en la Conferencia General de Octubre de 1967:

“Cuando oremos al Señor, agradezcámosle por Adán. Si no hubiera sido por Adán, yo no estaría aquí ni vosotros estaríais aquí; todos seríamos espíritus y estaríamos en el cielo esperando todavía… Estamos en la vida mortal para obtener la experiencia y la capacitación que no podríamos obtener de ninguna otra manera. Para que podamos llegar a ser dioses, es necesario que sepamos lo que es el dolor, el sentirnos enfermos, y otras cosas que encontramos en la escuela del mundo mortal. Hermanos y hermanas, no nos quejemos de Adán diciendo que hubiera sido preferible que no hiciera lo que hizo. Por lo contrario, debemos estarle agradecidos. Yo estoy contento de tener el privilegio de haber venido a la tierra y de vivir en este estado mortal, pues si soy fiel a los mandamientos y obligaciones que me corresponden como miembro de la Iglesia y del reino de Dios, voy a tener el privilegio de volver a la presencia de nuestro Padre Celestial; y de la misma forma vosotros tendréis esa oportunidad, ya que sois hijos e hijas de Dios con el derecho de recibir la totalidad de la gloria celestial.” (En Conference Report, oct. de 1967, pág. 122.)

El Arbol de la Vida

En nuestra tradición, el árbol de la Vida no se relaciona únicamente con Adán y Eva en el Jardín, ni con su mención en el Paraíso del Apocalipsis. Tiene mucho que ver con el sueño de Lehi, en el Libro de Mormón, y la ampliación de significados simbólicos de su hijo, Nefi. Me he referido extensamente a ellos en un anterior trabajo (El Sendero, el Arbol y el Río)

Y sucedió que vi un árbol cuyo fruto era deseable para hacer a uno feliz. Y aconteció que me adelanté y comí de su fruto; y percibí que era de lo más dulce, superior a todo cuanto yo había probado antes. Sí, y vi que su fruto era blanco, y excedía a toda blancura que yo jamás hubiera visto. Y al comer de su fruto, mi alma se llenó de un gozo inmenso; por lo que deseé que participara también de él mi familia, pues sabía que su fruto era preferible a todos los demás”. (1 Nefi 8: 10-12)

Y aconteció que vi que la barra de hierro que mi padre había visto representaba la palabra de Dios, la cual conducía a la fuente de aguas vivas o árbol de la vida; y estas aguas son una representación del amor de Dios; y también vi que el árbol de la vida representaba el amor de Dios”. (1 Nefi 11:25)

Veamos la versión narniana de ese árbol:

“No muy lejos de ellos se alzaba un bosquecillo de hojas tupidas, pero bajo cada hoja atisbaba el color dorado, amarillo pálido, púrpura o rojo reluciente de unas frutas que nadie ha visto jamás en nuestro mundo. La fruta hizo que Tirian tuviera la impresión de que debía de ser otoño, pero había algo en el aire que le indicaba que no podía ser más allá de junio. Todos se encaminaron hacia los árboles. Cada uno alzó la mano para coger la fruta cuyo aspecto le resultara más atrayente, y luego todos se detuvieron durante un segundo. La fruta era tan hermosa que todos pensaban: «No puede ser para mí… Seguro que no tenemos permiso para cogerla».

—No hay ningún problema —dijo Peter—. Sé lo que todos estamos pensando. Pero estoy seguro, convencido, de que no hay de qué preocuparse. Tengo la impresión de que hemos ido a parar al país donde todo está permitido… ¿A qué sabía la fruta? Por desgracia nadie puede describir un sabor. Todo lo que puedo decir es que, comparada con aquellas frutas, el pomelo más tierno que hayas comido nunca y la naranja más jugosa resultaban resecos, la pera más madura era dura y leñosa, y el fresón más dulce, amargo. Y no había ni semillas, ni huesos, ni avispas. Si se comía aquella fruta una sola vez, todas las cosas más deliciosas de nuestro mundo sabrían a jarabe a partir de entonces. Pero no puedo describirlo. No se puede saber cómo es a menos que se consiga llegar a ese país y probarla por uno mismo”. (La Batalla Final, pag. 171)

“Ahora que veía el interior del lugar, éste parecía más privado que nunca. Entró solemnemente, mirando a su alrededor. Todo estaba muy tranquilo allí dentro. Incluso la fuente que se alzaba cerca del centro del jardín emitía un sonido apenas audible. El embriagador olor estaba por todas partes: era un lugar feliz pero muy formal. Supo cuál era el árbol correcto al instante, por una parte porque se alzaba justo en el centro y por otra porque las grandes manzanas plateadas que lo cubrían brillaban con fuerza y proyectaban una luz propia sobre las zonas de sombra que no alcanzaban los rayos del sol. Fue directo hacia él, tomó una manzana y la guardó en el bolsillo superior de su chaqueta; aunque no pudo evitar contemplarla y olerla antes de guardarla” (El Sobrino del Mago, Cap. 13, pag. 188)

Las coincidencias no sólo se dan en el color de la fruta, alternativamente blanquísima o plateada, sino también en el tamaño del jardín que contiene el árbol, grande como un mundo:

Y vi también un sendero estrecho y angosto que corría a un lado de la barra de hierro hasta el árbol, al lado del cual me hallaba; y también pasaba por donde brotaba el manantial hasta un campo grande y espacioso a semejanza de un mundo”. (1 Nefi 8:20)

“Entonces Lucy se dio la vuelta para mirar al interior de nuevo y apoyó la espalda en el muro mientras contemplaba el jardín.

—Ya lo veo —dijo por fin, pensativa—. Ahora lo veo. Este jardín es como el establo. Mucho mayor por dentro de lo que era por fuera.

—Desde luego, Hija de Eva —respondió el fauno—. Cuanto más subas y más te adentres, más grande se vuelve todo. El interior es mayor que el exterior.
Lucy contempló con atención el jardín y descubrió que no era realmente un jardín, sino todo un mundo, con sus propios ríos, bosques, mar y montañas”.
(La Batalla Final, pag. 176)

Las características mágico/sagradas de ese árbol se manifiestan también en el hecho de que, del corazón de la manzana que Digory plantó en el patio trasero de su casa, ya en nuestro mundo, provino la madera con la que se construyó el armario que le permitió a Lucy ingresar a Narnia según lo relata El León, la Bruja y el Armario.

JESUCRISTO


“Estoy tratando aquí de evitar que alguien diga la mayor de las tonterías que a menudo se han dicho en cuanto a El: «Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro de moral, pero no acepto su afirmación de que era Dios». Esto es algo que no deberíamos decir. El hombre que sin ser más que hombre haya dicho la clase de cosas que Jesús dijo, no es un gran moralista. O bien es un lunático que está al mismo nivel del que dice que es un huevo poché o el mismo diablo del infierno. Puedes hacer tu elección. O bien este hombre era, y es el Hijo de Dios; o era un loco o algo peor. Escarnécele como a un insensato, escúpelo y mátalo como a un demonio; o cae a sus pies y proclámalo como Señor y Dios. Pero no asumamos la actitud condescendiente de decir que fue un gran maestro de la humanidad. El no nos ha dejado abierta esa posibilidad. No fue eso lo que El intentó”. (Mero Cristianismo, pag. 64)

En una lectura brindada en el Oxford Socratic Club, bajo el título “¿Es la teología poesía?”, deslizó su conocida frase:

“Creo en el Cristianismo como creo que el Sol se levanta, no sólo porque lo veo, sino porque gracias a él veo todo lo demás”

Y en Perelandra (1943), la segunda parte de la Trilogía Cósmica, escribió:

“Cuando El murió en el Mundo Herido, no murió por los hombres, sino por cada hombre. Si cada hombre hubiese sido el único, El no hubiese hecho menos que eso”.

Su compromiso con la figura de Cristo era completo

“Volvió a mirar a su alrededor y apenas pudo creer lo que veían sus ojos. En lo alto brillaba el cielo azul y un terreno cubierto de pastos se extendía hasta donde alcanzaba la vista en todas direcciones, y sus nuevos amigos lo rodeaban, riendo.

—Me parece —dijo Tirian, sonriendo también— que el establo visto desde dentro y el establo visto desde fuera son dos lugares distintos.

—Sí —repuso lord Digory—, su interior es mayor que su exterior.

—Sí —indicó la reina Lucy—, también en nuestro mundo, un establo contuvo en una ocasión algo que era mucho más grande que todo nuestro mundo”. (La Ultima Batalla, pag. 169)

Aslan como figuración crística

De todos los símbolos religiosos y cristianos que Lewis introduce en sus obras, sin duda la figura de Aslan, cuyo nombre deriva de la denominación de “león” en turco, sobresale sobre las demás.

Aslan es el Creador del mundo de Narnia e hijo del gran Emperador Más Allá de los Mares (¿el Padre?). Para enumerar algunos elementos que hacen posible el símil:

  1. El león era el símbolo de la tribu de Judá, de la cual desciende el Salvador.
  2. Está dispuesto a dar su vida sin mancha por un humano, hijo de Adán.
  3. Vuelve a la vida con mayor gloria y poder. (“(la bruja)… debería haber sabido que cuando una víctima voluntaria que no ha cometido ninguna traición fuera ejecutada en lugar de un traidor, la Mesa se rompería y la muerte misma efectuaría un movimiento de retroceso”)
  4. Las testigos de la Mesa de Piedra rota (al igual que las de la tumba vacía) son mujeres.
  5. La frase de Aslan a las niñas que lo acompañan a su sacrificio (“Sí, podéis venir, si me prometéis que os detendréis cuando yo os lo indique, y que después de eso me dejaréis continuar solo”) remeda las del Redentor a sus discípulos en Getsemaní.
  6. “Pasaron la noche allí mismo. ¿Cómo se las arregló Aslan para proporcionales comida a todos? No lo sé; pero de un modo u otro, alrededor de las ocho de la tarde todos estaban sentados en la hierba ante una deliciosa merienda” (Alimentación de los miles, multiplicación de los panes y los peces)
  7. Aslan libera a los cautivos abriendo las puertas del palacio de su enemiga como Cristo libera a los cautivos del infierno y el poder de Satanás. Con su aliento da vida a las criaturas convertidas en piedra.
  8. Una gota de sangre de la pata de Aslan revive al Príncipe Caspian que ha muerto y lo rejuvenece (La Silla de Plata)
  9. En La Travesía del Viajero del Alba, Aslan en forma de Cordero (Juan 1:29) invita a comer pescado que cocina sobre el fuego a los viajeros como Cristo resucitado al aparecer en la orilla a sus discípulos (Juan 21: 9-13)
  10.  En El Caballo y su Muchacho, Bree, el caballo parlante que duda de la realidad de Aslan como león se enfrenta a las palabras “Tócame. Huéleme. Estas son mis patas, esta es mi cola, estos son mis bigote”, como Cristo dice al dubitativo Tomás (Juan 20:27)
  11. En El Principe Caspian  Aslan vuelve a la vida a la antigua Aya del Príncipe y en el lenguaje hay reminiscencias del relato de la hija de Jairo así como de las bodas de Canaan. (El Príncipe Caspian, pag. 258)
  12. Es el gran Yo Soy, como lo declara a Moisés en la zarza ardiente. “Yo era el león que te obligó a juntarte con Aravis. Yo era el gato que te consoló […]. Yo era el león que ahuyentó a los chacales […]. Yo era el león que dio a los caballos renovadas fuerzas […] a fin de que tú pudieras alcanzar el rey Lune a tiempo. Y yo era el león, que tú no recuerdas, que empujó el bote en que yacías, un niño próximo a morir, para que llegase a la playa donde estaba sentado un hombre, insomne a la medianoche, que debía recibirte” (El Caballo y su muchacho, pag.179).

También es posible hallar referencias en todo el ciclo de Narnia. Por ejemplo, en el capítulo 16 de La Travesía del Viajero del Alba:

“¿Qué? —exclamó Edmund—. ¿También hay un modo de llegar al país de Aslan desde nuestro mundo?

—Existe un camino hasta mi país desde todos los mundos —dijo la oveja, pero mientras hablaba, su manto níveo se transformó en rojo dorado y su tamaño cambió y se convirtió en el mismísimo Aslan, elevándose por encima de ellos a la vez que proyectaba haces de luz desde su melena.

—Aslan —dijo Lucy—, ¿nos dirás cómo entrar en tu país desde nuestro mundo?
—Os lo diré tantas veces como haga falta —respondió él—. Pero no os diré lo largo o corto que será; únicamente que se encuentra al otro lado de un río. Pero no temáis, porque yo soy el gran Constructor de Puentes. Y ahora venid; abriré una puerta en el cielo y os enviaré de vuelta a vuestro país.

—No se trata de Narnia, ¿sabes? —sollozó Lucy—. Se trata de ti. No te veremos allí. Y ¿cómo podremos vivir sin volver a verte?

—Pero me veréis, querida mía —respondió Aslan.

—¿Estás… estás también allí, señor? —preguntó Edmund.

—Lo estoy —respondió el león—, pero allí tengo otro nombre. Tenéis que aprender a conocerme por ese nombre. Éste fue el motivo por el que se os trajo a Narnia, para que al conocerme aquí durante un tiempo, me pudierais reconocer mejor allí”.

O en las frases finales del capítulo 16 de La Ultima Batalla:

“Empiezan las vacaciones. El sueño ha terminado: ha llegado la mañana. Y mientras hablaba, ya no les pareció un león; pero las cosas que empezaron a suceder después de eso fueron tan magníficas y hermosas que no puedo escribirlas. Y para nosotros éste es el final de todas las historias, y podemos decir verdaderamente que todos vivieron felices para siempre. Sin embargo, para ellos fue sólo el principio de la historia real. Toda su vida en este mundo y todas sus aventuras en Narnia no habían sido más que la cubierta y la primera página: ahora por fin empezaban el Primer Capítulo del Gran Relato que nadie en la Tierra ha leído, que dura eternamente y en el que cada capítulo es mejor que el anterior”.

Continúa en la Parte 3///

De Belfast a Narnia pasando por Salt Lake City – Una lectura mormona de C.S. Lewis – Primera Parte

Arte y Religión

               Literatura

De Belfast a Narnia pasando por Salt Lake City

(Una lectura mormona de C.S. Lewis)

Primera Parte

Por Mario R. Montani

El 22 de noviembre de 1963 era asesinado el Presidente John F. Kennedy. El mismo día, en Oxford, dejaba este mundo C.S. Lewis, renombrado escritor, catedrático y apologista cristiano. Es posible que la simultaneidad de ambas muertes haya eclipsado esta última. Pero la figura de Lewis no ha parado de crecer y sus escritos adquieren una vigencia inusitada con el paso de los años.

C. S. Lewis

De su vida

Clive Staples Lewis nació en Belfast, Irlanda del Norte, el 29 de noviembre de 1898. Fueron sus padres Albert James Lewis, abogado de ascendencia galesa, y Florence Augusta Hamilton, hija de un sacerdote anglicano. Tuvo un hermano mayor, Warren. Su madre falleció de cancer cuando él contaba solo 9 años.

Después de pasar por varios colegios y tutores, Clive obtuvo en 1916 una beca para estudiar en la Universidad de Oxford. Para entonces había abandonado la fe cristiana y se había convertido en un ateo interesado por la mitología.

Llamado al poco tiempo a servir en la Primera Guerra Mundial, fue dado de baja en 1918 tras ser herido en la batalla de Arrás. En 1925 fue nombrado profesor de lengua y literatura inglesa en el Magdalen College. Conoció allí a J.R.R. Tolkien, con quien fundaría el Club de los Inklings para discutir sobre filosofía y literatura. Presidió también el Oxford Socratic Club, donde había frecuentes debates entre cristianos y no cristianos.

A partir de 1929 comienza su inclinación hacia el teísmo para terminar en 1931 con la conversión al cristianismo en la Iglesia Anglicana, gracias a sus conversaciones con Tolkien y otros amigos y a las lecturas de Chesterton y el escocés George MacDonald.

En 1956 contrajo matrimonio con la escritora estadounidense Joy Davidman Gresham quien, atea y comunista en sus inicios, había experimentado también una conversión al cristianismo. Joy fallecería cuatro años después debido a un cáncer óseo y Lewis la seguiría en 1963, como ya dijimos, debido a complicaciones renales.

Lewis y Joy

De su obra

Lewis escribió abundantemente tanto obras eruditas como de ficción y reflexión. No siempre es posible separarlas en géneros definidos ya que es muy común hallar perlas de profunda religiosidad en medio de sus mundos de fantasía.

En 1933 publicó El Regreso del Peregrino (The Pilgrim’s Regress) una apologia alegórica del cristianismo, la razón y el romanticismo y en 1936 La Alegoría del Amor (The Allegory of Love). Les seguiría El Problema del Dolor en 1940. Los años de la Segunda Guerra Mundial fueron particularmente prolíficos. De sus publicaciones semanales en The Guardian surgieron las Cartas del Diablo a su Sobrino (The Screwtape Letters) y sus programas radiofónicos por la BBC terminarían dando forma a Mero Cristianismo (Mere Christianity). En ese mismo período crearía la denominada Trilogía Cósmica o Trilogía de Ransom, integrada por Lejos del Planeta Silencioso (Out of the Silent Planet), 1938, Perelandra: viaje a Venus (Perelandra. Voyage to Venus), 1943, y Esa Horrible Fortaleza (That Hideous Strength), 1945.

La posguerra lo encontró tremendamente activo: El Gran Divorcio: un sueño (The Great Divorce) 1945, su relato autobiográfico Sorprendido por la Alegría, 1955 y Mientras no tengamos rosto: retorno a un mito, 1956.

También fue tomando forma su ciclo tal vez más conocido, Las Crónicas de Narnia, con El León, la Bruja y el Armario (1950), El Príncipe Caspian (1951), La Travesía del Viajero del Alba (1952), La Silla de Plata (1953), El Caballo y su Muchacho (1954), El Sobrino del Mago (1955) y La Ultima Batalla (1956).

La última década de su vida su vió absorbida por estudios literarios y profundas reflexiones: Literatura Inglesa del Siglo XVI (1954), Reflexiones sobre los Salmos (1958), Los Cuatro Amores (1960), Una Pena en Observación (1961), Cartas a Malcolm (1963), El Peso de la Gloria, La imagen del mundo: una introducción a la literatura medieval y renacentista (1964).

Poseedor de un lenguaje exquisito, un fino sentido del humor, y un intenso conocimiento del alma humana y sus circunstancias terrenas, todas las obras de Lewis merecen ser leídas con atención y disfrute.

De los alcances de estas reflexiones

C.S. Lewis fue un literato, no un teólogo. Sin embargo, su tardía pero profunda conversión primero al teísmo y luego al cristianismo sumada a su conocimiento de las mitologías le ha permitido una visión fresca, comprensible y cargada de simbolismos sobre la divinidad. No es raro pues que los protestantes lo reclamen como suyo, los católicos como propio y los Santos de los Últimos Días lo hayamos “mormonizado” tal vez en extremo. Nuestros trabajos de investigación han ido desde casi considerarlo “un miembro no bautizado” (W. Clayton Kimball, “The Christian Commitment: C.S. Lewis and the Defense of Doctrine”, Brigham Young University Studies 12, 1972, pags. 185-208) hasta marcar serias diferencias básicas con su pensamiento por el rechazo a una posible Restauración y, por tanto, a toda doctrina extra bíblica tal como la observancia de la Palabra de Sabiduría, que afectaba su apego al tradicional té inglés y a la ocasional cerveza (Evan Stephenson, “The Last Battle: C.S. Lewis and Mormonism”, Dialogue: A Journal of Mormon Thought, Vol. 30 Nº 4, 1997, pags. 43-69)

Preferiría en este trabajo apartarme de ambos extremos y valorizar el concepto de la crítica textual contemporánea en cuanto a la no prioridad del autor sobre la interpretación de sus textos. Una vez producida, la obra pertenece a la cultura y a infinitas posibilidades de interpretación que variarán de lector a lector, siendo a veces dichas lecturas excluyentes y otras complementarias unas de otras. Nos han hablado extensamente de ésto Roland Barthes, Michel Foucualt y Umberto Ecco. También Isaac Asimov lo ha hecho explícito en un breve y divertido cuento fantástico llamado “El Bardo Inmortal” en el que William Shakespeare es traído del pasado por una máquina del tiempo pero no logra aprobar el curso que se dicta sobre sus tragedias en la universidad moderna…

De modo que esta será mi lectura de C.S. Lewis. No la única posible sino la que yo puedo hacer, con mis limitaciones culturales, de creencia y de contextos. Todos están invitados a considerarla pero también a realizar la suya propia.

De los usos posibles de C.S. Lewis

Podemos copiar, citar, emular, referir, tironear, desmenuzar, reducir o ampliar a Lewis. Pero lo importante es lo que ocurre en nuestra mente y corazón cuando leemos sus obras.

Muchos de nuestros líderes y estudiosos, incluyendo a Dallin H. Oaks, Neal A. Maxwell (cuyas ideas aún extraño en nuestras Conferencias Generales) y Hugh Nibley lo han citado profusamente. Como claramente lo ha demostrado Stephenson, el famoso discurso del Presidente Ezra Taft Benson acerca del orgullo y sus peligros “Cuidaos del Orgullo” (Beware of Pride, Ensign Mayo 1989, pags. 4-7) está basado en varias reflexiones de Lewis sobre el tema en Mero Cristianismo:

Benson: “La característica central del orgullo es la enemistad – enemistad hacia Dios y enemistad hacia nuestros semejantes”.

Lewis: “Pero el Orgullo siempre significa enemistad – es enemistad. No solo entre el hombre y el hombre, sino también con Dios”.

Benson: “El orgullo es esencialmente competitivo en su naturaleza”.

Lewis: “Lo que quiero que entiendan claramente es que el Orgullo es esencialmente competitivo – es competitivo por su propia naturaleza”.

Benson: “El orgullo es un pecado que puede fácilmente verse en los otros pero raramente admitimos en nosotros mismos”.

Lewis: “No hay falta de la que estemos menos conscientes en nosotros. Y cuanto más la tenemos en nosotros, más nos disgusta en otros”.

Benson: “La recompensa de la persona orgullosa es sentirse por encima del resto”.

Lewis: “Es la comparación la que te hace orgulloso: el placer de estar por encima del resto”.

Benson: “El orgullo es el pecado universal, el gran vicio”.

Lewis: “El vicio escencial, la mayor maldad, es el Orgullo”.

De modo que, ciertamente, nuestros líderes eclesiásticos han estado utilizando por varias décadas a Lewis como una cita de autoridad por sentirlo un compañero cristiano en la ruta de la vida y porque cuando dice las cosas, las dice muy bien.

Ahora, intentando seguir el consejo de Benson y de Lewis de no ser orgulloso, permítaseme reflexionar humildemente en algunas de las cosas que yo encuentro al leer a nuestro autor.

De la nostalgia de Dios

Declara Lewis en Mero Cristianismo, pags. 148-49:

“Las criaturas no nacen con deseos a menos que exista satisfacción para esos deseos. Un bebé siente hambre: bien, existe tal cosa como comida. Un patito desea nadar: bien, existe tal cosa como el agua… Si encuentro en mí un deseo que ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui creado para otro mundo. Si ninguno de mis placeres mundanos lo satisface, eso no prueba que el universo sea un fraude. Probablemente los placeres terrenales nunca fueron diseñados para satisfacerlo, sino solo para despertarlo, para sugerir la cosa verdadera… Debo mantener vivo en mí el deseo por mi verdadero país, al cual no encontraré hasta después de la muerte; jamás debo permitirme abrumarlo o dejarlo de lado; debo hacer el principal propósito de mi vida seguir adelante hacia ese otro país y ayudar a otros a hacer lo mismo”.

El nostos griego es el retorno, el viaje de regreso al hogar, la familia y la patria. Es el sentimiento que guía a Odiseo en su vuelta a las amadas Itaca y Penélope a pesar de las peripecias de la travesía. El nostos se ha utilizado también como metáfora del transitar humano por la vida.

Lewis acudirá una y otra vez a este concepto para referirse al anhelo por una eternidad cercana a Dios en la que nuestras experiencias mortales serán exaltadas y engrandecidas.

Es posible advertirlo muy claramente en los parlamentos de Charcosombrío (Puddleglum) frente a la reina del mundo subterráneo en el Capítulo 12 de La Silla de Plata, donde Narnia representa indudablemente el reino celestial y la Tierra Inferior, nuestro propio mundo:

“No sé exactamente qué queréis decir todos con eso de otro mundo —anunció, hablando como quien ha perdido el resuello—. Pero podéis tocar ese violín hasta que se os caigan los dedos, y seguiréis sin conseguir que olvide Narnia, ni todo el Mundo Superior. Jamás volveremos a verlo, supongo. Es probable que lo hayáis aniquilado y convertido en un lugar oscuro como éste. Nada es más probable. Pero sé que estuve allí en una ocasión. He visto el cielo lleno de estrellas. He visto alzarse el sol desde el mar por la mañana y hundirse tras las montañas por la noche. Y lo he visto allí arriba, en el cielo del mediodía, cuando no podía mirarlo de frente debido a su resplandor”. (220)

“—Os diré algo, señora —dijo, apartándose del fuego; cojeando debido al dolor—. Os diré algo. Todo lo que habéis estado diciendo es bastante cierto, sin duda. Soy un tipo al que siempre le ha gustado saber lo peor y luego le ha puesto la mejor cara que ha podido. Así pues, no negaré nada de lo que habéis declarado. Pero hay algo más que debe mencionarse. Supongamos que no hemos hecho más que soñar o inventar todas esas cosas: árboles, hierba, sol, luna, estrellas y al mismo Aslan. Supongamos que sea así. Entonces todo lo que puedo decir es que, en ese caso, las cosas inventadas parecen mucho más importantes que las reales. Supongamos que este pozo negro que tenéis por reino es el único mundo. Pues lo cierto es que me resulta muy poca cosa. ¡Qué curioso! No somos más que criaturas que han inventado un juego, si es que tenéis razón; pero nuestro mundo ficticio deja en mantillas a vuestro mundo real. Por eso voy a quedarme en ese mundo imaginario. Estoy del lado de Aslan incluso aunque no exista ningún Aslan para actuar de guía. Voy a vivir de forma tan parecida a la de un narniano como pueda, aunque no exista Narnia. Así pues, os doy las gracias por la cena que nos habéis ofrecido y, si estos dos caballeros y la joven dama están listos, abandonaremos vuestra corte al momento y marcharemos por la oscuridad para pasar nuestras vidas en la Tierra Superior. Sin duda nuestro tiempo no será largo, diría yo; pero eso no es una gran desgracia si el mundo es un lugar tan aburrido como decís”. (225-226)

O las sensaciones del unicornio en el Capítulo 10 de La Última Batalla:

La nueva (Narnia) era un país más intenso: cada roca, flor y brizna de hierba parecían significar más. Me es imposible describirlo mejor: si alguna vez puedes ir allí comprenderás lo que quiero decir. Fue el unicornio quien resumió lo que todos sentían. Dio una patada en el suelo con el casco delantero derecho, relinchó y luego dijo:

—¡Por fin estoy en casa! ¡Éste es mi auténtico país! Pertenezco a este lugar. Ésta es la tierra que he buscado durante toda mi vida, aunque no lo he sabido hasta hoy. El motivo por el que amaba la vieja Narnia era porque se parecía un poco a esto. ¡Bri-jiji! ¡Entremos sin miedo, subamos más!

También en los reproches del diablo Escrutopo a su sobrino tentador en la Tierra:

“¿Cómo puedes no haberte dado cuenta de que el tipo de placer que le dieron el libro y el paseo es el más peligroso de todos? ¿Que le arrancaría la especie de costra que has ido formando sobre su sensibilidad, y le haría sentir que está regresando a su hogar, recobrándose a sí mismo?” (Cartas del Diablo a su Sobrino, 73)

En El Peso de la Gloria

La nostalgia sentida durante toda la vida, el anhelo de reunirnos en el universo con algo de lo que ahora nos sentimos separados, de estar tras la puerta vista siempre desde afuera no es, pues, mera fantasía neurótica, sino el más fiel exponente de nuestra situación real. Ser llamados a entrar supondría una gloria y un honor muy superiores a nuestros méritos, y consecuentemente, la curación de ese viejo dolor”  (El peso de la Gloria, 127)

La palabra nostalgia fue utilizada por primera vez en el siglo XVIII como un término médico, uniendo el nostos con algos (dolor) para describir la sensación agridulce de anhelo por el pasado. Ya sea que lo apliquemos a un lugar, a una época o a relaciones personales, la definición de la palabra implica haber estado allí previamente, en el tiempo o el espacio. ¿Es, pues, posible, sentir nostalgia por algo que nunca conocimos o vivimos? Los Santos de los Ultimos Días tenemos una respuesta teológica para ello en nuestra doctrina de la preexistencia. Como hijos de Dios, vivimos previamente con El en una familia celestial, en un ámbito celestial, junto a otros hermanos espirituales, hasta el momento de venir a la Tierra. El denominado velo de olvido impuesto a todos los que por aquí transitamos nos impide recordarlo. Pero el anhelo del retorno existe…

Por eso es que pueden resonarnos como muy propias las palabras de Lewis en Mientras no tengamos Rostro:

“Lo más dulce en toda mi vida ha sido la nostalgia – alcanzar la Montaña, hallar el lugar de donde proviene toda la belleza – mi país, el lugar donde debería haber nacido. ¿Piensan que toda esa nostalgia no significa nada? ¿El anhelo por el hogar? Pues por cierto ahora no se siente como un ir sino como un regresar”.

¿No es claro para nosotros que al retornar a nuestro Padre no estaremos yendo sino regresando? Pero la intuición de C. S. Lewis está expresada bella y maravillosamente…

Dios y las leyes universales

En Esa Horrible Fortaleza, la tercera parte de la trilogía cósmica, encontramos esta interesante reflexión:

“No es contrario a las leyes de la naturaleza – dijo… Grace Ironwood – Usted está en lo cierto. Las leyes del universo nunca son violadas. Su error reside en creer que las pequeñas regularidades que hemos observado en un planeta durante unos pocos cientos de años sean las auténticas leyes inviolables, mientras que sólo son los resultados remotos que las auténticas leyes causan con mayor frecuencia, como una especie de accidente” (Esa horrible Fortaleza, Ediciones Minotauro, Buenos Aires, 2006, pag. 478)

Perelandra

Veo ese concepto ligado a varias de nuestras doctrinas sobre las leyes:

“A todos los reinos se ha dado una ley; y hay muchos reinos; pues no hay espacio en el cual no haya reino; ni hay reino en el cual no haya espacio, bien sea un reino mayor o menor. Y a cada reino se le ha dado una ley; y para cada ley también hay ciertos límites y condiciones. Y además, de cierto os digo, él ha dado una ley a todas las cosas, mediante la cual se mueven en sus tiempos y estaciones; y sus cursos son fijos, sí, los cursos de los cielos y de la tierra, que comprenden la tierra y todos los planetas”. (Doctrina y Convenios 88: 36-38; 42-43)

“Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (D. y C. 130:2-21).

Pero muy especialmente a nuestra creencia de que los milagros no consisten en una ruptura de la ley natural sino al conocimiento de leyes que aún escapan a nuestra comprensión. Es posible encontrar esta idea ampliamente en Brigham Young:

“Las providencias de Dios son todas un milagro para la familia humana hasta que llegan a comprenderlas. No existen los milagros sino para los ignorantes. Se supone que un milagro es un producto sin causa, pero no hay tal cosa. Hay una causa para cada resultado que vemos; y si vemos algo sin comprender su causa, lo llamamos milagro” (Journal of Discourses, Liverpool Publishers, Londres, Vol. 13, pags. 140-141)

“Es difícil que la gente crea en Dios como un personaje científico, que El vive por la ciencia o ley estricta, que por ella El es, y por la ley fue hecho lo que El es; y que permanecerá por toda la eternidad por Su fiel adhesión a la ley. Es una cosa difícil lograr que la gente crea que toda arte y ciencia y toda sabiduría proviene de El, y que El es su Autor” (Brigham Young,  Journal of Discourses, Liverpool Publishers, London, UK, vol. 13, 1869-1870, pag. 302)

O en Parley P. Pratt

“Entre los errores populares de los tiempos modernos prevalece la opinión de que los milagros son eventos que tienen lugar en contra de las leyes de la naturaleza, que son efectos sin una causa. Si eso es así, entonces, jamás ha habido un milagro, ni lo habrá. Las leyes de la naturaleza son leyes de la verdad. La verdad no cambia y es independiente en su propia esfera. Una ley de la naturaleza jamás ha sido rota. Y es una absoluta imposibilidad que tales leyes vayan a romperse”. (Parley P. Pratt, Key to the Science of Theology, 1891, reprinted by Deseret Book, Salt Lake City, UT, 1965, pag. 102)

Quizás sea lo mismo que Lewis intenta decirnos cuando declara:

“Los milagros consisten en volver a contar en letras pequeñas la misma historia que se encuentra escrita a lo largo de todo el mundo en letras demasiado grandes como para que podamos verlas”

Libre Albedrío

El concepto de albedrío moral o posibilidad de elección es central en nuestra teología. Creemos que el mantenerlo intacto fue motivo de la guerra en los cielos y que todo el Plan de Salvación está basado en su permanencia.

Para Lewis:

“Es muy sensato que una madre diga a sus hijos: «Yo no voy a estar poniéndoles en orden su cuarto todas las noches. Deben aprender a mantenerlo ordenado ustedes mismos». Pero luego una noche sube al cuarto y ve que el osito de felpa y la tinta y la gramática francesa se encuentran desparramados. Su voluntad es dejar a los niños en libertad de ser desordenados. Lo mismo sucede con cualquier regimiento, sindicato o escuela. Permites que una cosa sea voluntaria y la mitad de la gente no lo hace. No es que quieras tal resultado, pero tu voluntad lo ha hecho posible. Probablemente ocurre lo mismo en el universo”.

Por tanto:

“Dios creó cosas que tuvieran libre albedrío. Esto quiere decir criaturas que pudieran escoger entre lo bueno y lo malo. Algunas personas piensan que pueden imaginarse una criatura libre que no tenga posibilidad alguna de escoger el mal; yo no puedo. Si una cosa es libre para hacer lo bueno también es libre para hacer lo malo. Y el libre albedrío es lo que hace que el mal sea posible ¿Por qué, entonces, nos dio Dios libre albedrío? Porque el libre albedrío, aunque hace que el mal sea posible, es también lo único que hace posible que el amor o la bondad o el gozo valgan la pena. Un mundo de autómatas, de criaturas que operen como máquinas, apenas si valdría la pena ser creado. La felicidad que Dios determina para sus criaturas más elevadas es la felicidad de estar libre y voluntariamente unidas con El y entre sí en un éxtasis de amor y de deleite, comparado con el cual el amor más avasallador entre un hombre y una mujer en esta tierra es mera leche aguada. Y para eso tienen que ser libres. Por supuesto que Dios sabía lo que sucedería si tales criaturas usaban mal su libertad; aparentemente pensó que el riesgo valía la pena. Tal vez nos sintamos inclinados a estar en desacuerdo con El. Pero hay una dificultad en cuanto a no estar de acuerdo con Dios. Dios es la fuerza de la cual proviene nuestro poder de raciocinio; no podemos nosotros estar en lo cierto y El estar equivocado más de lo que puede una corriente de agua levantarse por encima de su origen. Cuando uno discute con El está discutiendo con el poder que lo capacita para discutir; es algo así como cortar la rama del árbol en la cual estamos trepados. Si Dios piensa que este estado de guerra en el universo es un precio que vale la pena pagarse por el libre albedrío -o sea, por un mundo vivo en el cual las criaturas puedan hacer mucho bien o mucho mal y algo de verdadera importancia pueda tener lugar, en vez de un mundo de juguete que sólo se mueva cuando El mueva sus cuerdas- podemos estar seguros que vale la pena pagarlo”. (Mero Cristianismo, pags. 57-58)

“La libertad de la criatura debe significar libertad de elección, y la elección implica cosas diferentes entre las que elegir. Una criatura sin entorno carecería de posibilidad de escoger”. (El Problema del Dolor, pag. 22)

La relación entre opciones y oposición está claramente establecida en nuestras escrituras modernas:

Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás. No obstante, podrás escoger según tu voluntad, porque te es concedido; pero recuerda que yo lo prohíbo, porque el día en que de él comieres, de cierto morirás” (Moisés 3:17)

“Y para realizar sus eternos designios en cuanto al objeto del hombre…era menester una oposición. Por lo tanto, el Señor Dios le concedió al hombre que obrara por sí mismo. De modo que el hombre no podía actuar por sí a menos que lo atrajera lo uno o lo otro”. (2 Nefi 2: 15-16)

Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues él busca que todos los hombres sean miserables como él”. (2 Nefi 2:27)

“Toda verdad es independiente para obrar por sí misma en aquella esfera en que Dios la ha colocado, así como toda inteligencia; de otra manera, no hay existencia. He aquí, esto constituye el albedrío del hombre y la condenación del hombre; porque claramente les es manifestado lo que existió desde el principio, y no reciben la luz”. (Doctrina y Convenios 93: 30-31)

Es notable como, más de un siglo después, nuestro profesor de Oxford llega a la misma conclusión:

Lo mismo ocurre con la vida de las almas en el mundo. Las leyes inmutables, las consecuencias derivadas de la necesidad causal y el entero orden natural constituyen los límites dentro de los que está confinada la vida común entre los hombres, pero también la ineludible condición de posibilidad de semejante tipo de vida. Si tratáramos de excluir el sufrimiento, o la posibilidad del sufrimiento que acarrea el orden natural y la existencia de voluntades libres, descubriríamos que para lograrlo sería preciso suprimir la vida misma”. (El Problema del Dolor, pag. 25)

“Si se nos ocurriera decir «Dios puede otorgar y negar al mismo tiempo una voluntad libre a sus criaturas», nuestra afirmación no acertaría a manifestar cosa alguna sobre El. Las combinaciones disparatadas de palabras no adquieren súbitamente sentido por anteponerles la expresión «Dios puede». En cualquier caso, sigue siendo cierto que para Dios son posibles todas las cosas, pues lo intrínsecamente imposible no es una cosa, sino una no entidad. Realizar dos alternativas que se excluyen mutuamente no es más posible para Dios que para la más débil de Sus criaturas. Y ello no porque su poder encuentre obstáculo alguno, sino porque un sinsentido no deja de ser sinsentido por ponerlo en relación con Dios” (El Problema del Dolor, pag. 16)

Continuará en la Segunda Parte///